Por: Glendobeth Gutiérrez Castrejón
Despedir a un ser amado, cuando sabemos emprenderá un largo viaje, nos lleva a
momentos difíciles que pueden existir en la vida, como no habría de serlo, si
es en ese instante cuando se quebrantan los sentimientos, cuando surge la duda
de volver a verle, o quizá se tiene la esperanza de mirarle nuevamente pero con
el riesgo que sea de una forma distinta a la que se le había disfrutado o en la
que deseamos encontrarle.
Nunca dejará de doler la despedida de un ser
querido, de esa persona que en un momento conocimos, tal vez entre vivas y
hurras o quizá en medio de la melancolía mutua que se desvaneció en una tarde
por una mirada, una sonrisa, un saludo, un dialogo singular, en cualquier día y
hora sin importar en que confín de la tierra.
Si despedirse de un ser preciado vivo es un
momento difícil, mucho más contrastante es dar el último adiós a esa persona
querida, con quien compartimos al principio un retacito de nuestras vidas y
después vivencias mutuas de temas tan lisonjeros como profundos, en verdad es
doloroso despedir a esa personita con quien se intercambiaron miradas fugaces y
profundas, con quien se tiene el recuerdo de aquella sensación del primer
momento de confianza y aquel abrazo preciso.
La vida es tan corta, que muchas veces nos
quita la oportunidad de la gran despedida, de cerrar una faceta con todos esos
detalles que debería de haber, en otras ocasiones, nos brinda generosamente
hasta en dos ocasiones, ese chance que por doble descuido se deja ir impidiendo
reconocer errores, pedir disculpas, pedir perdón, para enmendarnos, para expresar
un te quiero o confesar un te amo.
Tal vez en este instante tenemos presente uno o
más momentos significativos que se tuvieron con la persona a la que venimos a
depositar en su última morada, tengo la seguridad que si algunos no lo han
hecho en las últimas horas, ni se han dado el espacio en estos instantes, si lo
hará durante los próximos días otorgándole gratitud a su memoria.
Bendito Dios porque le conocimos, porque le
tratamos, porque le apreciamos, porque le quisimos, porque le amamos, porque
nos dejó ver su fortaleza, pero también su fragilidad humana con sus propios
matices y destellos, nuestra reconocimiento para ella, para la familia que la
crio, que le templó su espíritu, que forjó su resistencia, su visión, su
conmoción al dolor del prójimo, su gesto de solidaridad.
Nuestra solidaridad para la familia que formó y
su descendencia, que son quienes al haberla tratado de manera directa, en los
últimos años, sufren su partir, pues fueron muchos momentos maravillosos en los
que conviviendo, conocieron su espléndido lado de madre y también las distintas
maneras en que fueron guiados, para hacerles personas de bien.
Hace poco se nos fue la oportunidad de seguir
tratándole y de escuchar la retroalimentación a nuestras preguntas y desahogos,
desconocemos el espacio espiritual en que habrá de tenérsele en la vida eterna,
como también el lugar que nos será asignado cuando termine nuestro ciclo de
vida, como también ignoramos si le volveremos a encontrar.
Pero tengo la seguridad que mientras le recordemos
con cariño, vivirá en nuestro corazón y cuando evoquemos su memoria,
seguramente en su recuerdo encontraremos respaldo, consuelo y respuesta a
nuestras celebraciones, a nuestros momentos difíciles y aquellos consejos renovados que seguramente
nos daría una y otra vez.
Vaya su alma a donde vaya, esté su espíritu en
donde esté, vivirá por siempre en nuestra mente y corazón.
Descanse en paz…
(Derechos reservados)
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